sábado, septiembre 29, 2012

Statur und Kontur


He perdido la cuenta de cuánto tiempo llevo aquí. 

Cuando me despedí de ella, le dije que ella daba la talla para todo y que todo saldría bien. Du hast Statur und Kontur. Me preguntó si decía la verdad. Le di un beso y seguimos caminando hacia la estación. 

Durante la vuelta a casa me acompañó otra vez la sensación de banalidad que tienen todas las ciudades europeas, por no decir, todas las ciudades del mundo. Todo el mundo está hoy en Münsterplatz. Todo el mundo lleva su pequeña o gran compra. Así que me escapé un momento entrando a la biblioteca pública. Hojeo un par de revistas. En alemán hojear se dice "blättern". Descubrí esta palabra ayer, y por alguna razón esta palabra me recuerda el otoño. 

Pero el desasosiego lo llevo dentro. Quizás fue la conversación de ayer con Clovis. "Seremos los últimos nazis. Dentro de cien años seremos los últimos nazis. Nos conocerán como un grupo al que no le importó nunca si las cosas que compraba las hacían niños o mujeres esclavizadas". 

Meredith Haaf, una joven escritora alemana, nos sentenció hace poco: somos una generación de llorones, somos una generación en permanente resaca, somos una generación llena de nostalgia, una generación gallina. Una generación que abrazó el pragmatismo, y a la que todo idealismo le suena ridículo. 

Pero leo la prensa, todos los días leo la prensa, miró la tele, esperando el momento en que me pueda sentir equivocado. Veo policías envueltos en llamas en Atenas, veo convocatorias para rodear el congreso. Veo palabras como Asamblea y Constituyente. 

Dime, amor, si hoy nos sentaremos en el sofá, los tres, sí, los tres, esperando la noticia que nos haga salir a la calle. 

¿Qué te diré cuando vuelvas a mí esta tarde?  








miércoles, junio 06, 2012

pater


Y la vida no es más que una sábana que se echa sobre miles de animales. Ellos se mueven, ellos duermen. Y sólo una fina sombra nos dirá hacia dónde.

Así es la vida que ella esconde.


domingo, febrero 26, 2012

Bonn. Domingo transparente


Recuerdo la vez que fui a ver mi primera obra de Brecht. Fue en Guayaquil, y el grupo “Muégano” (grupo argentinomexicanoecuatoriano), presentó Juguete cerca de la Violencia, una recopilación de algunos textos “didácticos” de Brecht y poesía de Fernando Pessoa.

Había vuelto de Madrid y andaba muy perdido esos días.

“Stanislavsky fue superado, ahora sólo miramos a Brecht”. Esas fueron las palabras de recepción para Charo Francés, hace 25 años, cuando llegó a Ecuador. La defensa de Charo fue preguntarse si la dicotomía Brecht/Stanislavsky era real.
Cuando salí de la obra todavía la historia del vuelo de Lindbergh me revolvía el estómago, me descomponía. Mientras más caminaba más me daba cuenta que no podía desarrollar ningún sentimiento completo para con la obra y con esta ciudad.

Esa noche también escuché que decir migración es usar un eufemismo. Mejor decir exilio. El exilio lleva consigo también exilios interiores. El exilio es un no lugar, porque es habitar el deseo del bien perdido, y quien habita el deseo ni siquiera se habita a sí mismo. La respuesta ante el exilio es la caricia. La idea de caricia en Levinas, para el que no hay acto de reconocimiento del otro más perfecto/perverso: la mano va tomando la forma del otro, el rostro del otro. Se adhiere.

Creo que no hay momento más extraño y difícil para un actor/actriz que el aplauso. Cuando un actor/actriz sale a recibirlo, todavía no ha guardado con orden los objetos que componen su personaje. El público aplaude, el personaje debe actuar al hombre/mujer. Pero los personajes no saben decir al actor/actriz.
Eso me pasaba a mí por esas fechas. Tenía que alimentar mi actuación durante los próximos 2 meses. No sabía todavía si volvería a Madrid.

Me sentía culpable, llevaba varios días sin hacer nada, y me preguntaba si estaba dándole la suficiente atención a mis padres. Algo en mí confiaba en que no nos iríamos, que me quedaría en esta ciudad.

¿Cómo nace una ciudad?

A finales del s. XIX, el Distrito Federal de México se enfrentaba a serios problemas urbanos, el más secular de ellos, eran los condiciones insalubres de la ciudad. La lluvia perforaba la tierra, pudriéndola, volviéndola liquida y lodosa, mientras  perros muertos de hambre e hinchados como globos se arrojaban frente a la entrada de los mercados. Edificios ruinosos perforaban la intimidad de las familias hacinadas, enfermas por alimentos adulterados que circulaban en una ciudad repleta de peluquerías y ebrios. 

Después de estar tan lejos de casa, una ciudad son todas las ciudades.