domingo, diciembre 28, 2008

historias mínimas: Resurreción

Imaginen una mujer, pequeñita, como lámpara de noche, y blanca, como una jarrita de leche. Sus huesos delgados, su piel fina, curtida de sol y frío. Sus hombros encogidos, su pelo blanco.

Ahora me cuenta viejas historias, la muerte de su marido, que luchó en la guerra civil española, contra la republicanos, pero lo hacía por hambre. Y sin embargo, Martín murió de pereza, me dice. Y me confiesa en el oído que el día que murió ella sintió cierto alivio.

La vida siempre fue así. De niña crió ovejas y fue lo que hizo hasta que se casó. Luego lavó ropa, después crío animales, y finalmente sobrevivió con la pensión que le dejó su marido al morir.

Nunca fue a la escuela, pero sabe escribir, y lleva un pequeño cuaderno donde va escribiendo desde hace más de 5 años lo que hace a diario. A veces me lo deja leer, para que le corrija las faltas, porque sabe que las tiene pero no sabe dónde las ha cometido. Leo su letra, grande y abierta, no constreñida ni relamida, como otras que conozco. Cuenta lo difícil que es subir las cuestas, lo vacía que está la iglesia, y comenta para sí una carta que hace poco le llegó de un hermano, donde le pide que lo visite. Se promete ir. Luego va recordando viejas navidades, "Una navidad tuvimos que vender la mitad del cerdo que habíamos comprado para poder pagarlo". Reímos.

Le he traído una bufanda. Sonríe y me regala dos besos.

Ya en la puerta, se me acerca y me pregunta cómo estoy de dinero. Le digo que bien. Pensaba regalarte algo. No hace falta, estoy bien.

Imaginen que se aleja con la bufanda, en silencio acaricia el piso.