viernes, enero 21, 2011

lo que se suele olvidar

¿Cómo se controlan a los favelados en Río de Janeiro? ¿Cómo el Estado controla a las millones de personas que viven en las favelas ganando (cuando gana) miserias, sin que se salgan de control? ¿Cómo hacen estas millones de personas?


Para aquellos a quienes se les olvidan palabras como desigualdad abismal, represión, clase..tienen este documental:







domingo, enero 02, 2011

deja que la noche entre

Quizás porque el atardecer no tiene sonidos, quizás porque la noche en esta ciudad no tiene remedio. Quizás por todo esto estás aquí, y no te podrás ir nunca más.

Fría, la habitación tenía pequeñas luces colgando de una pared, alumbrando la cama donde ella dormía. Pensó en el sentido que podría tener un cuerpo orlado de luces tan diminutas, pero su mirada se detuvo al final en su respiración, que era como la de un pez fuera del agua.

Despertar y sonreír, parecía un reflejo. Ella lo presentía todo, hasta este absurdo de él sobre las luces.

¿A qué estás jugando? Le preguntó.

Se podía reconocer cada calle, cada sombra, cada luz que había tocado su cuerpo. Un semáforo, por ejemplo, podía verse a la altura de sus hombros, mientras que las luces de las vitrinas y la temperatura de los candiles solían arremolinarse en un mismo lugar.

O al menos a eso jugaba él, jugaba a que entendía la noche de esta ciudad. Hay algo que sólo se logra a fuerza de acostarse todas las noches con el mismo cuerpo.

Al día siguiente caminaron hasta el otro extremo de la ciudad. Soñaban con poder caminar un día entero. Iban a los lugares más alejados, a la periferia, sitios gobernados por grúas de colores brillantes y puentes abandonados, por calles sin árboles y llenas de polvo, por buses llenos de rabia que deambulan frenéticos sin pasajeros. ¿En dónde estoy ahora?, él se preguntaba.

No, ya no era su ciudad. Desde hace mucho tiempo que ésta ya no era su ciudad. A veces sufría visiones. Conocía ya varias ciudades, una de ellas estaba llena de pequeñas casas alejadas de la carretera, distanciadas unas de otras, oscuras e impredecibles como cuervos durmiendo.
 
La felicidad se alcanzaba muchas veces en esta habitación, pensaba, y en ocasiones incluso la sabiduría, sobre todo durante la tarde, cuando sólo había que tener paciencia y dejar que la vida de ella se mezclara con el destino de sus cosas. Ella se convertía en una fuerza de la naturaleza, un lugar al cual los pequeños objetos de la vida cotidiana les gustaba arrojarse, un destino tan parecido a la muerte, es decir, tan parecido a todas las muertes, es decir, para siempre.

La llevó la siguiente noche a aquel club de jazz que frecuentaba desde hace años. Tenía los ojos fijos en ella, amaba verla sonreír. La madrugada era distinta si ella estaba. A él se le olvidaba esta nostalgia crónica por una ciudad que odiaba, y a ella se le olvidaba que él existía mientras se transparentaba entre las gentes.

Sus fantasías no le interesaban tanto. La idea de verse como a fuerza de algo en realidad no le gustaba. Ella odiaba la naturaleza, pues decía que era contraproducente. Sin embargo, de haber sabido su juego sobre la noche entrando en ella, de haberlo sabido, tal vez lo habría amado.

- Ni siquiera te conozco muy bien, dijo ella.

- Me gusta el sonido del tren entrando a la estación.


Su amor era la distancia que existía entre él y esa página en blanco, que era ella.