domingo, febrero 26, 2012

Bonn. Domingo transparente


Recuerdo la vez que fui a ver mi primera obra de Brecht. Fue en Guayaquil, y el grupo “Muégano” (grupo argentinomexicanoecuatoriano), presentó Juguete cerca de la Violencia, una recopilación de algunos textos “didácticos” de Brecht y poesía de Fernando Pessoa.

Había vuelto de Madrid y andaba muy perdido esos días.

“Stanislavsky fue superado, ahora sólo miramos a Brecht”. Esas fueron las palabras de recepción para Charo Francés, hace 25 años, cuando llegó a Ecuador. La defensa de Charo fue preguntarse si la dicotomía Brecht/Stanislavsky era real.
Cuando salí de la obra todavía la historia del vuelo de Lindbergh me revolvía el estómago, me descomponía. Mientras más caminaba más me daba cuenta que no podía desarrollar ningún sentimiento completo para con la obra y con esta ciudad.

Esa noche también escuché que decir migración es usar un eufemismo. Mejor decir exilio. El exilio lleva consigo también exilios interiores. El exilio es un no lugar, porque es habitar el deseo del bien perdido, y quien habita el deseo ni siquiera se habita a sí mismo. La respuesta ante el exilio es la caricia. La idea de caricia en Levinas, para el que no hay acto de reconocimiento del otro más perfecto/perverso: la mano va tomando la forma del otro, el rostro del otro. Se adhiere.

Creo que no hay momento más extraño y difícil para un actor/actriz que el aplauso. Cuando un actor/actriz sale a recibirlo, todavía no ha guardado con orden los objetos que componen su personaje. El público aplaude, el personaje debe actuar al hombre/mujer. Pero los personajes no saben decir al actor/actriz.
Eso me pasaba a mí por esas fechas. Tenía que alimentar mi actuación durante los próximos 2 meses. No sabía todavía si volvería a Madrid.

Me sentía culpable, llevaba varios días sin hacer nada, y me preguntaba si estaba dándole la suficiente atención a mis padres. Algo en mí confiaba en que no nos iríamos, que me quedaría en esta ciudad.

¿Cómo nace una ciudad?

A finales del s. XIX, el Distrito Federal de México se enfrentaba a serios problemas urbanos, el más secular de ellos, eran los condiciones insalubres de la ciudad. La lluvia perforaba la tierra, pudriéndola, volviéndola liquida y lodosa, mientras  perros muertos de hambre e hinchados como globos se arrojaban frente a la entrada de los mercados. Edificios ruinosos perforaban la intimidad de las familias hacinadas, enfermas por alimentos adulterados que circulaban en una ciudad repleta de peluquerías y ebrios. 

Después de estar tan lejos de casa, una ciudad son todas las ciudades.