domingo, marzo 20, 2011

ciudad (1)


El tiempo me  ha enseñado que la única forma de avanzar en la vida es mirando siempre adelante. Yo lo hago todo el tiempo.

Tengo 17 años y la vida hecha mierda.



Llego a casa, subo corriendo a la cuarta planta, no enciendo las luces porque me gusta pensar que estoy en un túnel a ninguna parte.

Me abre una señora que mi madre ha contratado para que nos cocine. Mi hermano la odia, pues dice que compra las verduras en mal estado, todo con tal de ahorrarse unos centavos y dárselo al alcohólico de su marido. No  tengo certeza de esto, pero me consta que la mujer es extraña. Redonda, con una panza que le da un aspecto de pájaro.

Entro en la habitación, mi hermano no está, así que puedo dormir tranquilo. He decidido no estudiar más y espero sólo un golpe de suerte que me saque de este barrio de mierda, repleto de putas y ladrones. Así que me tumbo a pensar. Pienso, no hago sino pensar, ¿qué más puedes hacer cuando no tienes ninguna posibilidad de salir de aquí?

Lo llaman, me dice la mujer redonda. Quién. No lo sé. ¿Qué le digo? Dígale que suba. O no, mejor dígale que yo bajo.

Nos encontramos en el portal. Lleva una minifalda, los labios intensamente rojos.

¿Así que aquí vives? ¿Y cómo lo supiste? Mi hermana vive al frente, y me lo contó un día que hablábamos de ti. ¿Dónde dejas a tu niña cuando vas a trabajar? En casa de mi hermana. ¿Ella lo sabe? No he venido a hablar de mi trabajo, he venido a darte un beso, tontito. Me besa, la beso y le cojo las nalgas. ¿Tienes novio? Sí, pero ahora tengo dos. A mi padre le preocupa que ande con putas. A mí también.

Vuelvo a la habitación. Duermo durante tres horas seguidas.  Atardece, los perros ladran a las gallinas, las viejas dejan de estar asomadas en las ventanas. Mis vecinas se bañan desnudas en el patio y yo las miro, hasta que se dan cuenta y gritan. Así atardece aquí.

La mujer redonda se ha ido. Llaman a la puerta. Es Marcelo. Lleva una camiseta del Magical Mistery Tour, vaquero negro, botas negras. Nunca he sido muy observador ni el muy expresivo, pero parece contento.

No hay nada que hacer, así que damos una vuelta al barrio. Este lugar siempre me ha generado un sentimiento primitivo. El barrio hoy tiene un aspecto desolador, parece que estuviera en carne viva, como si alguien hubiera pasado un cepillo de hierro por sus calles.

Llamamos por teléfono desde la tienda de la esquina, y nos dice la Negra que hay un concierto este viernes, así que hacemos planes.

Cruzamos el mercado, que a estas horas siempre tiene un olor miserable. Los indios están recogiendo lo último que les queda. Sólo están abiertas las carnicerías, esperando vender lunpoco de carne en mal estado.  Los perros también esperan. Todo está lleno de lodo. Piso mierda.

Recuerdo que hace algunos años mi hermano quemó nuestra habitación. Todo quedó bellamente carbonizado. Algunas veces recuerdo esta imagen. Hay cosas en la vida que me llevan a este recuerdo. Este lugar me recuerda aquella habitación.

Tomamos el bus, que siempre tiene un aspecto lúgubre a estas horas. Ya casi no hay vendedores a estas horas, sino más bien gente extraña: vigilantes nocturnos, mujeres y hombres con familiares enfermos, y gente que se mueve por la ciudad sin ningún destino desde hace años. Estas gentes son las únicas reales en esta ciudad donde todos forman parte de una guerra que es mejor empezar a olvidar. 


rua é liberdade

Ir al cine a ver O contador de historias, por tercera vez:

domingo, marzo 13, 2011

sweet oxygen


Un viaje es un rodeo sobre uno mismo. Al igual que una película. Eso lo decía Godard, al menos cuando hablaba de cine.

Tomo el vuelo a las 2 en punto. No hay retraso. Cumplo las rutinas: leer un diario, cerrar los ojos en el despegue, decir que no a la comida. Intento dormir.

¿Recuerdas aquella charla que tuvimos sobre los rincones? ¿Sobre el pasado que ofrecen los rincones, o el dilema de las habitaciones?. Me imagino volviendo a Guayaquil. Entrar en aquella habitación, será como entrar en una ruina. Será como ver un accidente en cámara lenta.  Un accidente donde nadie sobrevive. ¿Qué es sino este lugar, esta habitación, este sueño de volver?

Despierto, y tengo algo de sed.

Tomo el autobús, tal como me enseñaste. No me hace falta hablar con nadie. Los días están más despejados,  por fin puedo ver la carretera que me conduce a ti.

Estás allí, sonríes, my sweet oxygen.