viernes, julio 25, 2008

Alcalá

En la Puerta de Madrid, descansa una pareja a la sombra de un platanero. Aceleró, mientras los coches me ganan a carrera hasta la plaza. ¿Cómo saciar esta inquietud, que viene creciendo desde hace años?. Doy una vuelta a la Plaza de Cervantes, llego a la capilla y doy dos vueltas rápidas alrededor del foro. La ciudad esta vacía. Cruzo la calle Colegios y me voy por calles pequeñas, algún turista se cruza con mi mirada, mientras vacía el latido del diafragma sobre aquellos edificios del s. XIV.


Atravieso mi bar favorito, el único que está abierto en toda la ciudad. Pero no entro. Lo veo, como si fuera un pedazo de mineral brillante sobre la acera.

Aparece entonces aquella esquina. Freno, haciendo chillar la rueda trasera. La casa parece abandonada, y desde que vivo aquí, siento un extraño respeto por sus puertas y ventanas negras, que contrastan con sus paredes amarillentas. Junto a ella, aquel árbol, perenne, que se eleva hasta el cielo.

Una pareja de ancianos viene a lo lejos. Mi mirada se clava en ellos, y quizás pongo demasiada atención, porque ellos comienzan a devolverla. Miro a la calle, y rápidamente los olvido.

La ansiedad ha pasado. Regreso a casa.






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