La carta. El sonido de los cubiertos, esa indiferente compañía de los comensales. La porcelana y la humanidad detrás. La falta de costumbre. Vino, no. La mesa y su nostalgia, como un abrazo sin manos, como si al ausente le diera por besar. Las copas, el agua. Se retira lo que esta de más. Como árboles públicos, estamos hechos a imagen y semejanza de anónimos jardineros. La sal. Se corta todo lo que pueda ser mitad. Se pide permiso, se riega el minutito y su café, la absorción de servilletas inmaculadas, no sirve ahora. La charla flotando como un buzo ahogado, demasiado mercurio tiene el aliento de los vivos, y vivir es un número amenazado por mi nombre. Fieles a la tensión, no compartimos ni nos dejamos llevar, solo te convenzo que la telefonía fija nos va a matar. Se llevan la noche y su edad. La cuenta, y el bolsillo tiene ese aspecto de nido abandonado.
Este movimiento que hago hacia ti es sólo eso, movimiento, déjame pensarlo así, lo único real en un tiempo como este, un tiempo que te destruye cuando intentas explicarlo. Estos son los actos desesperados de los que un día creyeron que serían amados sólo por ser jóvenes, sólo por su forma de esperarlo todo.
domingo, marzo 25, 2007
Carondelet Fútbol Club
Así bautizó lo sucedido el "Pajaro" Febres Cordero a las últimas semanas ecuatorianas. En una revuelta enigmática, llena de suplentes, contra-suplentes, tiempos complementarios, jueces de línea, tarjetas rojas rojitas (casi naranjitas), ¡la patria vuelve!, con más democracia que antes, 1-0. Y como en el fútbol, como dice el "Pájaro", en la democracia lo que vale son los resultados.
Recomendado
http://www.eluniverso.com/2007/03/25/0001/21/17C578834ABA4DD2892CCA428A72A460.aspx
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Normal
Es normal que la pared derrame
aquellas jaspeadas formas en sus esquinas
vellosidad rojiza
sangre insecticidad que se le escapa
a la curiosa alma de los vecinos
Es normal que la soledad sea
una tema de Elis en la quinta estación
antes de llegar
y que en los corredores
se respire tu defensa
de la ironía y la luz
Es normal la persecución y la tortura
la muerte en la alquimia y el papel
la espera y sus pañuelos
Es normal que uno se detenga
a pensar en estos días
sobre la silla de mimbre
y los ojos de almendra
y la piel de pantera
y la pausa
Es normal.
aquellas jaspeadas formas en sus esquinas
vellosidad rojiza
sangre insecticidad que se le escapa
a la curiosa alma de los vecinos
Es normal que la soledad sea
una tema de Elis en la quinta estación
antes de llegar
y que en los corredores
se respire tu defensa
de la ironía y la luz
Es normal la persecución y la tortura
la muerte en la alquimia y el papel
la espera y sus pañuelos
Es normal que uno se detenga
a pensar en estos días
sobre la silla de mimbre
y los ojos de almendra
y la piel de pantera
y la pausa
Es normal.
sábado, marzo 24, 2007
8
vestir-te
como si tu piel fuera
como si tu sexo fuera
como si tu boca fuera
una tijera de papel
que corta mi lengua
tomar-te
mientras diriges
las olas de la cera
quiero torcer tu especie
como tela impregnada
de agua de aire
hasta que la piel se imponga
a esa sonrisa de regalo
hasta que las palabras sean
sólo el hambre y sus dientes
seguir-te
por tu calle y sus fronteras
móviles y curiosas
esa colección de metalmelancolía
esa orfandad sucia y arrugada
esa ciudad derramada
café y vértigo
Nos estamos reparando
bebiendo sangre
con solo mirarnos
como si tu piel fuera
como si tu sexo fuera
como si tu boca fuera
una tijera de papel
que corta mi lengua
tomar-te
mientras diriges
las olas de la cera
quiero torcer tu especie
como tela impregnada
de agua de aire
hasta que la piel se imponga
a esa sonrisa de regalo
hasta que las palabras sean
sólo el hambre y sus dientes
seguir-te
por tu calle y sus fronteras
móviles y curiosas
esa colección de metalmelancolía
esa orfandad sucia y arrugada
esa ciudad derramada
café y vértigo
Nos estamos reparando
bebiendo sangre
con solo mirarnos
martes, marzo 20, 2007
Bodegas
Tengo 4000 escaleras. Y una clavicula rota.
Alquileres y una persiana que no cierra totalmente,
vecinos que arrojan la basura desde el último piso
asomando sus manos
palabras que esperan palabras, para anclarse en ellas.
Tengo una inmunización permanente, que arruina la sensibilidad
y el aprendizaje
Tengo viento helado y sofá
balcones y trenes
Tengo la sensación
absoluta
que nada es tanto como parece
que cansa tanto perder el hilo
de la conversación
que se pierde poco
en las coincidencias
Alquileres y una persiana que no cierra totalmente,
vecinos que arrojan la basura desde el último piso
asomando sus manos
palabras que esperan palabras, para anclarse en ellas.
Tengo una inmunización permanente, que arruina la sensibilidad
y el aprendizaje
Tengo viento helado y sofá
balcones y trenes
Tengo la sensación
absoluta
que nada es tanto como parece
que cansa tanto perder el hilo
de la conversación
que se pierde poco
en las coincidencias
domingo, marzo 11, 2007
voz
su voz
verdad incompleta
sólida esfera
pesada criatura
leña quemada
cada palabra
delgada fila
de vagones fantasmas
uno a uno
amados
de pie
en la esquina
más seca de la boca
cada palabra
una idea lastimada
¡Basta!
cada número marcado es
un número equivocado
¡Basta!
verdad incompleta
sólida esfera
pesada criatura
leña quemada
cada palabra
delgada fila
de vagones fantasmas
uno a uno
amados
de pie
en la esquina
más seca de la boca
cada palabra
una idea lastimada
¡Basta!
cada número marcado es
un número equivocado
¡Basta!
viernes, marzo 09, 2007
“ENCUENTROS CON HOMBRES NOTABLES”
Tras dos días de cálida ilusión a principios de marzo, un frío intenso y coherente protagonizó todo el día de ayer, siendo especialmente desagradable el viento casi huracanado de la tarde. En el madrileño parque del Retiro desalojaron al público para evitar posibles tragedias derivadas de árboles (que no ángeles) caídos.
A eso de las 18:30, de camino a casa, decidí entrar un local cercano en el que conviven cafetería (especializada en zumos naturales y batidos) y frutería. El caso es que necesitaba algunas verduras para la cena. No había nadie en la parte de la tienda, por lo que me acerque a la sala de la cafetería para llamar la atención. Una empleada se entretenía detrás de la barra con alguna tarea mientras que el otro empleado suministraba unas pastillas a un cliente ya sentado y servido. Esperando mi turno, no pude evitar adentrarme como oyente en la conversación de éstos últimos. El empleado comentaba que, de las pastillas que tenía en mano, unas eran apropiadas para el dolor de cabeza y las otras, menos agresivas, se recomendaban en el caso de estados carenciales del organismo y cansancio generalizado. El cliente se froto la frente con las dos manos y exclamó: “¡pero si a mi no me duele la cabeza! ¡lo que tengo es desesperación existencial!”, ante lo cual no pude evitar esbozar una sonrisa cómplice. Pensé en la Náusea de Sartre, en Freud y su malestar en la cultura, incluso en Nietzsche. Pero finalmente cité en voz alta a Kierkegaard, quien definía la angustia como el miedo a lo posible. De súbito, el cliente fijo su atención en mi, me preguntó a qué me dedicaba, si me interesaba la filosofía y me invitó a un café. Oportuno café filosófico que acepté gustoso. El cliente, un hombre afable y de mirada inteligente, me explicó que llevaba un día terrible, saturado de eventos sociales, y que para colmo aún le quedaba soportar una charla soporífera sobre energía que ya conocía de memoria y una cena como colofón. De ahí lo de su desesperación vital. Tan sólo disponía de diez minutos antes de la charla, que hilamos con rapidez mediante una conversación basada en la confianza mutua. Y es por esto que me pareció un hombre notable. No por su experiencia, ni por su profesión, ni por su status. No por invitarme a un café o por conocer a Kierkegaard o por escribir cada semana en un conocido diario... Sino por su desprendimiento de las clásicas exigencias del guión, por su abolición de los roles superficiales que solemos adoptar con desconocidos, por su confianza y, sobre todo, por su ruptura con la temporalidad generacional que nos distanciaba. Dijo llamarse Antonio y tener 122 años.
Alvaro Paños (invitado especial)
A eso de las 18:30, de camino a casa, decidí entrar un local cercano en el que conviven cafetería (especializada en zumos naturales y batidos) y frutería. El caso es que necesitaba algunas verduras para la cena. No había nadie en la parte de la tienda, por lo que me acerque a la sala de la cafetería para llamar la atención. Una empleada se entretenía detrás de la barra con alguna tarea mientras que el otro empleado suministraba unas pastillas a un cliente ya sentado y servido. Esperando mi turno, no pude evitar adentrarme como oyente en la conversación de éstos últimos. El empleado comentaba que, de las pastillas que tenía en mano, unas eran apropiadas para el dolor de cabeza y las otras, menos agresivas, se recomendaban en el caso de estados carenciales del organismo y cansancio generalizado. El cliente se froto la frente con las dos manos y exclamó: “¡pero si a mi no me duele la cabeza! ¡lo que tengo es desesperación existencial!”, ante lo cual no pude evitar esbozar una sonrisa cómplice. Pensé en la Náusea de Sartre, en Freud y su malestar en la cultura, incluso en Nietzsche. Pero finalmente cité en voz alta a Kierkegaard, quien definía la angustia como el miedo a lo posible. De súbito, el cliente fijo su atención en mi, me preguntó a qué me dedicaba, si me interesaba la filosofía y me invitó a un café. Oportuno café filosófico que acepté gustoso. El cliente, un hombre afable y de mirada inteligente, me explicó que llevaba un día terrible, saturado de eventos sociales, y que para colmo aún le quedaba soportar una charla soporífera sobre energía que ya conocía de memoria y una cena como colofón. De ahí lo de su desesperación vital. Tan sólo disponía de diez minutos antes de la charla, que hilamos con rapidez mediante una conversación basada en la confianza mutua. Y es por esto que me pareció un hombre notable. No por su experiencia, ni por su profesión, ni por su status. No por invitarme a un café o por conocer a Kierkegaard o por escribir cada semana en un conocido diario... Sino por su desprendimiento de las clásicas exigencias del guión, por su abolición de los roles superficiales que solemos adoptar con desconocidos, por su confianza y, sobre todo, por su ruptura con la temporalidad generacional que nos distanciaba. Dijo llamarse Antonio y tener 122 años.
Alvaro Paños (invitado especial)
domingo, marzo 04, 2007
Repentina
cuánto se pierde en esta
aniquilida y repentina
manera
de tener existencia
mis dedos
tallados en madera
cobran inusitada importancia
el vulgar mueble
de la T.V.
ahora me pertenece
y la esquina suicida
aniquilida y repentina
manera
de tener existencia
mis dedos
tallados en madera
cobran inusitada importancia
el vulgar mueble
de la T.V.
ahora me pertenece
y la esquina suicida
viernes, marzo 02, 2007
Traspié
la palabra
traspíe buscado
espelunca
que encierra
agua maligna
todo es falso en ella,
hotel carton/piedra
de los afectos
mueca que parte
en dos
el talco de los labios
cruzo a mi manera
una mañana antes/después
lo que no descifro
traspíe buscado
espelunca
que encierra
agua maligna
todo es falso en ella,
hotel carton/piedra
de los afectos
mueca que parte
en dos
el talco de los labios
cruzo a mi manera
una mañana antes/después
lo que no descifro
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