sábado, octubre 04, 2008

emergencia

Hace frío. Pero no lo suficiente como para convencerme de pasar del algodón a la lana.

Esta frase la escuchó en la radio, antes de bajar del autobús, cuando junto con los demás pasajeros empezamos a abortar nuestro viaje en mitad de la nada. Se rompió el autobús, dice el conductor. Bajamos en la entrada de una ciudadela privada, a la altura de unos pequeños muros de cemento que sirven para proteger las obras en las carreteras. Despistadas, las personas se mueven de un lugar a otro, dudando de si esperar al autobús de emergencia o avanzar a la parada siguiente. Finalmente el grupo se divide en tres. Aquellos que caminan los 200 metros a la parada, los que siguen dudando, y nuestro grupo, los que con la paciencia que nos ha dado vivir en Alcalá sabemos que esto es frecuente, y que tarde o temprano vendrá un autobús que la compañía usa para estos casos.

Para distraerme, me imagino parte de alguna catástrofe mayor. Por un momento me dejó llevar por la idea de que no hay más combustibles. Llego el día del fin. Si miras a la gente comprendes que nadie, exceptuando unos cuantos, están preparados para caminar. Nadie es ligero.

La idea se detiene. Paro en el momento que aquellas grandes máquinas comienzan a atravesar la carretera. Grúas enormes, con formas de artrópodos, parasitos inmortales. Casi puedo imaginar un tórax respirando a través del metal. ¿Para qué sirven?

A lo lejos un puente.

Cedo a la idea de perderte. Me convenzo que sucederá. Como suceden las noticias, sin mayores aspavientos. Me imagino fuerte, sólido. Sin resentimientos. Me imagino derrotado, perdido, débil. La idea del futuro, otra vez el miedo.


Llega el autobús de emergencia.

1 comentario:

Tati Bertolucci dijo...

te lo he contestado en vivo amor, espero que te hayas convencido de lo contrario.
besos