domingo, noviembre 16, 2008

historias mínimas: Amadeo

Amadeo llegó a casa hace una semana. Lo primero que hizo fue hacernos unos orechietti con brocolí, pollo con limón y vino blanco, y una ensalada de tomate con provolone y nueces.

Lo segundo, enseñarme cómo sazonar una ensalada.

El abuelo de Amadeo era químico, y durante la Segunda Guerra Mundial se refugiaron con su esposa, hijos y vecinos en los Alpes. Allí no había nada, así que el abuelo de Amadeo tuvo que hacerlo todo. Destilar alcohol, jabón para lavar y para ducharse, aceite de cocina...incluso tuvo el plan de hacer tabaco, sin tabaco. Probó con algunos amigos, y salvo una leve intoxicación, el plan no tuvo mayor acogida en los hombres, aunque las mujeres encontraron en la combinación de sus hierbas una buena forma de adobar la carne.

El abuelo de Amadeo tenía una pequeña participación dentro de la cocina, ya que pensaba que el único desafío químico real era sazonar la ensalada. Sobre la ensaladera vertía un generoso chorro de vinagre balsámico, de elaboración propia, junto con la sal. Este es el secreto, decía el Abuelo. La gente normalmente vierte todo al final...y los sabores del vinagre, la sal y el aceite se distribuyen en un trazo irregular sobre el repollo, los tomates, la provoleta y la rúcula...dejando espacios vacíos y provocando esa discontinuidad tan molesta, al menos en las ensaladas.

Y esto, porque la continuidad y la discontinuidad importa, y porque la sal sólo se disuelve sobre el vinagre, no sobre el aceite, carburante que echamos al final, copiosamente sobre nuestra salsa, es que debemos empezar por emparentar el aceto y las salinas.

1 comentario:

Tati Bertolucci dijo...

me encantan estas histurias minimas, y las tuyas. me hacen extranerte (o extranarnos?) mas.