jueves, junio 03, 2010

día 33: confesión


El día que cumplí 14 años mis padres me regalaron la colección de música clásica de Salvat. Cien cassettes y tres libros de historia de la música. 

Creo que la mitad de la población de Guayaquil tiene esa colección. De hecho, su hay un indicador de clase que no falla es tener esa colección: clase media empobrecida.

Mi madre se la compró a una amiga que pasaba por un mal momento y se metió a vender de todo. Por ese entonces las cosas no iban tan mal en casa, nos lo podíamos permitir.

En menos de un año los escuché todos. Durante ese año en el Conservatorio las cosas se comenzaron a poner incómodas porque me negaba a cortar el pelo, así que prefería evitar las clases y quedarme en casa escuchando música. Además, de mis compañeros de curso, yo tenía la guitarra más vieja y se desafinaba durante las clases, así que era mejor no ir. Esto lo pude hacer hasta que me descubrieron, me dieron una paliza y volví a las clases con regularidad.

De entre toda la colección, si hubo un autor que nos cautivó a todos fue Tchaikovsky.  Y digo todos porque en esa época venía a casa, casi todas las tardes, el Chino. Mi hermano, el Chino y yo jugábamos ajedrez. Nos quedábamos durante horas escuchando a T y aprendiendo a intimidar a nuestro contrincante, no con salidas novedosas, sino como se juega en el suburbio: con cháchara. Cháchara y P3R, no falla. Luego de escuchar a T y tenerlo metido en el cuerpo, salíamos a la calle, a jugar ajedrez en la calle, de ser posible en una esquina  y si además desde esa esquina se podía  ver pasar toda la violencia de la ciudad, mucho mejor. 

El Chino, diez años mayor  nosotros, luego se dedicaría vender medicina robada, camaretas y dar clases de ajedrez en colegios privados. Todo a la vez.

No puedo evitarlo, en el concierto para Violín de T hay ese olor a suburbio, a perros callejeros, a vodka, a locos suburbanos que entregaron su vida al ajedrez y al alcohol. Es como lo dice Alexei Guskov, en El Concierto: toda música es una confesión, y toda canción es un intento por alcanzar aquello que no está.






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