martes, julio 27, 2010

día 88: Orwell-Chomsky y la Verdad


"A mayor comprensión mayor autoengaño"
(George Orwell, 1984)


Lo más natural parece ser aceptar otros diez minutos de vida, y no detenerse a pensar en nada. ¿Para qué? ¿Vale la pena pensar en la verdad, en la objetividad?

Parece que sí. 

Chomsky encuentra preocupante que ya nadie se pregunte por el problema de la verdad y la objetividad. Todos parecen tener miedo de defender estas nociones, se consideran reaccionarias y obsoletas.

Si, ya sabemos señores posmodernos, no hay "hechos" ni "mundo de los hechos". Ahora hay "lugares de enunciación", y claro, "no-lugares". Todo se construye, no hay verdad objetiva. ¿O si? Si la hay, decía Orwell.

¿Cómo sintetizar 1984, la novela de Orwell -novela que Chomsky propone releer constantemente-?

Se puede resumir como el miedo a perder la noción de "Verdad" -¿Quién escribirá la historia reciente? ¿Que versión vencerá a nuestras memorias?-. La Guerra Civil y la propaganda franquista inspiraron a Orwell, la capacidad de la maquinaria del horror para crear una realidad. ¿Cómo se escribirá la historia de la guerra de España?, se preguntaba.

Concenso y Verdad se pueden fabricar, así se resume 1984.

Si algo nos enseñaron las dictaduras -y la dictadura del capital-, es que la verdad se puede fabricar. Pero justamente por eso es necesario recuperarla, distinguirla de una invensión, de una creación (aunque, como dice Chomsky, a veces haya que inventar la verdad para luego encontrarla).

Libertad y verdad, decía Orwell, no se pueden separar.

Si se defiende la libertad se defiende la verdad. Ello nos obliga a recuperar la noción de verdad objetiva, a recordar aquella doctrina que sobrevivirá a pesar de los obstáculos, pasándose de cuerpo en cuerpo -de sexo en sexo-; una vitalidad que ni el Capital ni el horror tienen. Pasarnos unos a otros la doctrina de que dos y dos son cuatro. 

Doctrina que nos recuerda que una sociedad jerárquica sólo es posible basándose en la pobreza y la ignorancia; que el estado general de la escasez aumenta la importancia de los pequeños privilegios y hace que la distinción entre un grupo y otro resulte evidente; que el estado permanente de guerra permite entregar del todo el poder a una reducida casta -y hace que esto parezca natural-; que ninguna reforma ha conseguido acercarse ni un milímetro a la igualdad humana; que la desigualdad es el precio de la civilización; que todas las corrientes de pensamiento político-económico son autoritarias; que la riqueza y los privilegios se defienden fácilmente cuando se poseen conjuntamente; que el gran éxito de este sistema es haber logrado que tanto la conciencia como la inconsciencia puedan existir simultáneamente


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