viernes, abril 06, 2007

Morada

El mal aliento, epidemia de los confesionarios, pronuncia palabras que nunca me pertenecen, que descienden con la espuma hasta mis sienes. La hoja de afeitar te corta solo aquello que brota, dejando intacta la sangre y la infección de la mañana. Como una esquina de ladrillos, tu rostro es el rincón preferido de los juegos legales, blando pálido dormido, reconocida fotografía. El grifo es una razón para pensar en la muerte, pero también en las uñas. La cama (todavía hinchada las sábanas por el cuerpo, como una piel que se abandona por unas cuantas horas, como una cáscara agrietada) mudo animal alimentado de mi espasmo, alguna vez tuyo y mío. Y los zapatos, vacíos equipajes, estrechos vagones del mismo color de la Farmacia, nunca tienen nada nada más que ruido y sueño. El reloj (con segundos con nudos con trampas ¿verdad?) me viene sonriendo desde hace algún tiempo. Y la pupila dilatada sumergida en un vaso, mirando el mundo, de agua.

No hay comentarios: