martes, abril 03, 2007

La noche, con el tiempo repartido, en dos mitades. Como si la noche tuviera una doble, como la boca tiene su lengua, o los armarios cajones, o los hombres culpas, o las casas trapos sucios. Una noche que nace en las frutas, conspirando bajo de la piel azulada de las peras, que se pudre orgullosa, para parir más noche en la cocina, putrefacta como el Estero. Una noche que esconde los platos, que silencia el agua que mata y se va en la copa de los árboles. Una noche que no es la tarde, aquellas tardes, que ya no son más ese crecer del lodo y sus hilos, que devolvía a casa a los escolares y al sastre ebrio el milagro del bolsillo rasgado y la pelota de franela. Esa tarde, que envejece los buses, que oxida el dinero, que riega la sal, pero la sal no hace mares ni saliva ni cloro.

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