jueves, diciembre 31, 2009

1959



Es el año. Desde su primer día. 

El 1º de enero, el ejército rebelde cambiaba para siempre la historia de la pequeña isla. Charles de Gaulle llegaba a la presidencia, se inauguraba el Museo Guggenheim, en Lhasa cientos de tibetanos eran asesinados por el ejército chino, se estrenaban Ben-Hur, Con la muerte en los talonesCon faldas y a lo loco

En Ecuador, la violencia de estado era dirigida a las demandas de los grupos urbanos (sobretodo en Guayaquil). Mientras tanto,  Kerouac grababa un disco donde leía haikus mezclados con Jazz.

Fue el año del Jazz, y venía acompañado por el todavía pequeño (pero creciente) movimiento político que se viviría el siguiente decenio.

Aquel año, Miles Davis era aporreado por acompañar a una mujer blanca a tomar un taxi (venía de grabar Kind of Blue). Dave Brubeck cancelaba sus conciertos en la Universidad de Georgia, por negarse a cambiar su bajista (obviamente negro); y Lionel Hampton mandaba a la porra el concierto benéfico donde participaba, porque lo organizadores se negaron a vender entradas a negros.

Es el año de la complejidad, de una evolución significativa del jazz, que dejaría atrás sus puntos más reconocibles y lineales, para dejar paso a lo difuso, a la dispersión, a lo simple y a lo complejo (a la vez). Miles Davis inauguraba la corriente “simplificadora” dentro del jazz con King of Blue, mientras que Coltrane abrazaba la complejidad, con Giant Steps (inagurando lo que la crítica músical llamaría más tarde el Sheets Of Sound o three-on-one chord approach). Pero cuando apenas ésta estrella del tenor bajo se había acomodado (después de robarle sus respectivos sitios a Stan Getz y Sonny Rollins) llegaría Ornette Coleman a cambiar la historia del jazz, para siempre. 


Si, ese año no volverá. 

Decía Lester Young, que el jazz siempre ha de contar una historia. Como en Autumn in New York (en la versión de Billie Holiday, por supuesto), donde alguién espera la llegada de un nuevo amor entre el acero de los edificios. Es lo que me gusta de él, detrás de cada tema, la historia de las experiencias, como quería Charlie Parker.


Esta tarde (50 años después), antes del fin, yo me quedo con el jazz. Es lo más personal que encuentro a mi alrededor, y por supuesto, con Nina nina nina. Exótica criatura, cuya voz nos recuerda las fuerzas de la naturaleza y de la vida: hay cosas que no vuelven a repetirse, ciertos años, ciertas mujeres, cierta historia.  


El jazz habla por sí mismo.











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